Texto publicado como el artículo «¿Qué es normal?: Las reglas que regulan el sexo» el 2 de octubre de 2024 por el mismo autor en la página verificado.com.mx
Desde una mirada social, la sexualidad en general hasta la actualidad ha estado cargada de un gran estigma al desterrarse a los confines de la dimensión privada, en contraposición a la imagen pública, que siempre está revestida de los aspectos derivados de la moralidad, la virtud y la integridad.
Por lo anterior, se puede llegar a una conclusión muy prematura que lo privado no puede ser bueno y es necesario el secretismo. En esta ocasión vale la pena hacer consciente una de las grandes estructuras de poder que rige la sociedad: la normatividad.
La normatividad se refiere al proceso de normalización (lo que llamamos normal), a la forma en que ciertas ideas e ideales dominan la vida incorporada y proporcionan los criterios coercitivos que definen ‘hombres’ y a las ‘mujeres’ normales (Butler, 2004).
De esta manera, lo que llamamos norma o normatividad es el aparato sociocultural que evoluciona de lo simbólico a lo social a través de un proceso de institucionalización y legitimación, lo que causa paulatinamente el fenómeno de la sedimentación en la población como lo mencionan Berger y Luckmann cuando hablan de la construcción social de la realidad.
La norma, llamada de muchas maneras como heteronorma o heterocisnorma, establece un perfil idealizado o un código de reglas y comportamientos a seguir que se basan en la moral, lo normalizado, la hegemonía y lo político.
Esta norma se aplica a través de la incorporación y el ejercicio de la construcción social de la realidad, lo que imprime una programación binaria sobre las personas, que establece y define un criterio claro sobre lo que es correcto e incorrecto.
“Pero basta echar una mirada a los dispositivos arquitectónicos, a los reglamentos de disciplina y toda la organización interior: el sexo está siempre presente” (Foucault, 2007, p. 38).
De esta manera, es fácil darse cuenta que los aspectos de la sexualidad de una persona tienen una amplia capacidad reguladora y controladora.
“Las reglas que ‘regulan el deseo’ en un reino inalterable y eterno tienen un uso muy limitado para una teoría que busca comprender las condiciones bajo las cuales sería posible la transformación del género” (Butler, 2004, p. 72-73).
El género, como menciona Bourdieu, es una especie de «filtro» cultural con el que interpretamos el mundo, más allá de ser una interpretación cultural del sexo biológico, son estereotipos y roles sociales que atraviesan todos los aspectos de la vida de un ser humano y lo dotan de antemano de jerarquía, valor y dirección.
“El campo del género performa una operación reguladora de poder que naturaliza el caso hegemónico y reduce la posibilidad de pensar en su alteración” (Butler, 2004, p. 70-71).
Las llamadas prohibiciones del género nacen de la normatividad. Es importante entender el impacto de las prohibiciones del género, ya que gradualmente provoca la heterosexualidad exclusiva, el parentesco, la exogamia, el matrimonio, la familia, y el intercambio de mujeres, todo como consecuencia de la propia asimetría del género, así como prevenir el intercambio sexual no normativo.
“De la lógica del género se desprende la actual normatividad (jurídica y simbólica) sobre el uso sexual y reproductivo del cuerpo, y puesto que dicha lógica se toma por «natural» genera represión y opresión” (Lamas, 1996, p. 18).
De una manera más habitual, mientras más nos alejemos del núcleo de lo normal, es decir de lo instucionalizado, de lo “correcto”, más nos convertimos en posibles focos de discriminación, ya que es irracional la sola idea de alejarse del canon normativo por voluntad propia, algo meramente hasta la fecha inconcebible.
De la misma manera, cuando una persona se aleja de la norma se deshumaniza y al ocurrir este fenómeno, socialmente pierde valor y es más sencillo para la población en general ejercer las operaciones del juicio, la estigmatización o la alienación sobre dichas personas.
Asimismo, al alejarnos de la norma ocurre el ejercicio de la culpa, un sentimiento con implicaciones sociales que tenemos programado y condicionado de forma amplia como sociedad.
La culpabilidad funciona como una forma de castigo psíquico que preexiste el acto y su confesión, y que se acrecienta al convertirse en la proyección de la amenaza del juicio que se plantea (Butler, 2004).
El ejercicio de la sexualidad está regulado por lo normativo, por lo que “con toda seguridad es legítimo preguntarse por qué, durante tanto tiempo, se ha asociado sexo y pecado (pero habría que ver cómo se realizó esa asociación y cuidarse de decir global y apresuradamente que el sexo estaba ‘condenado’)” (Foucault, 2007, p. 16).
El sexo fue obligado a permanecer en las sombras, convirtiéndose en el secreto.
Evidentemente, también es importante visualizar que el efecto que tiene la normatividad en la manera en la que se visualizan los colectivos no hegemónicos es abrumador, especialmente aquellos que cuestionan las formas e identidades de la sexualidad no sometidas a la economía estricta de la reproducción.
“Tal concepción no sólo limita las potencialidades humanas, sino que discrimina y estigmatiza a quienes no se ajustan al modelo hegemónico” (Lamas, 1996, p. 362).
Finalmente, es importante comprender que las identidades sexuales de las personas responden a una estructuración psíquica donde la diversidad es posible, y que como personas tenemos autonomía y un libre desarrollo de nuestra personalidad para poder ejercer nuestra sexualidad conforme a nuestras necesidades y deseos más allá de los esquemas existentes actuales o anacrónicos.
Referencias
- Butler, J. (2004). Deshacer el género. New York, NY: Routledge.
- Foucault, M. (2007). Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. México, DF: Siglo XXI Editores.
- Lamas, M. (1996). Género: La construcción cultural de la diferencia sexual. México: Universidad Nacional Autónoma de México: M.A. Porrúa.